Esa presión la ejercemos todos y todas. Al venir de la cultura vamos incorporando algunos criterios acerca de lo que es “bonito” o no. Esa presión para cumplir determinados estándares de belleza va unida a otras más sutiles, menos detectables, pero que sin ellas lo anterior no tendría mucho sentido.
Esas otras presiones son por un lado la idea que nos va metiendo la cultura de que “lo bello” es lo adecuado y lo feo es lo inadecuado. Y por otro, la presión de que lo bonito es “lo deseable” (como estado y sexualmente) y lo feo es lo rechazable.
Cuando decimos deseable como estado, nos referimos a que debemos cumplir con una cierta estética para estar dentro de lo aceptable por los demás (que también se convierte en lo aceptado por nosotros mismos).
Y sexualmente porque en el fondo de todo este asunto, hay una gran carga sobre acceder a las relaciones sexuales eróticas.
A estas presiones se le suman las ilusiones de expectativas. Son aquellas ideas que están involucradas en este fenómeno según las cuales le asignamos mejores cualidades y valores a personas a quienes consideramos bonitas, guapas, atractivas que a aquellas a quienes la belleza no “les agració”, según los parámetros actuales de cada cultura en particular.